Efectos psicológicos del aislamiento

a) Privación sensorial, monotonía estimular y contraste con la realidad.

Hace algunos años, un grupo de psicólogos de la Universidad de McGill construyó una cámara aislante de estímulos sensoriales diseñada especialmente para mantener la estimulación en niveles mínimos. Algunos estudiantes participaron voluntariamente en el experimento; realmente para hacer “nada”. Estaban echados en la cámara sin moverse, excepto cuando comían o bebían la cantidad adecuada de comida y agua preparada para ellos. No podían ver nada más que una luz constante, dado que llevaban gafas translúcidas, no podían tocar nada porque llevaban guantes de cartón en las manos y antebrazos y no podían tampoco oír nada porque el zumbido monótono de un ventilador ahogaba los demás sonidos. Estar sin hacer nada resultó, sin embargo, difícil. Casi todos los participantes calificaron la experiencia como desagradable y más de la mitad quisieron salir antes de las 48 horas (Heron, 1961). Según Shaw y Crossland (1981), el 40% de sujetos sometidos a privación sensorial estricta de más de 8 horas manifiestan distorsiones sensoriales e imágenes visuales con colorido y geométricas, de corta duración y no relacionadas con los contenidos mentales del sujeto. El tipo de imágenes es distinto al de los esquizofrénicos (estas son predominantemente auditivas y con contenidos significativos para el sujeto). El problema se plantea, de ahí el dilema ético, en qué pasaría si aumentáramos el tiempo de privación ¿se produciría un brote sicótico? Si no se ha continuado con este tipo de investigaciones es por los problemas éticos que se producían.

En la situación de aislamiento en la prisión no se dan las condiciones estrictas de privación sensorial de una cámara experimental, en la que no se permite en absoluto ninguna variación en el input sensorial, pero sí se produce una monotonía estimular que puede generar trastornos. Es un proceso similar a las alucinaciones que a menudo experimentan los camioneros cuando conducen largas distancias por carreteras llanas y aburridas; aquéllas parecen causadas por la privación sensorial.

Las personas presas suelen referir, cuando salen de la situación de aislamiento y también cuando dejan la prisión, alteraciones sensoriales, especialmente en vista y oído. Pero lo más grave es que este tipo de situaciones –y no sólo de privación estimular- pueden ser factores predisponentes graves para la aparición de brotes sicóticos en personas con antecedentes de sicopatología mayor o en personas de estructura personal muy frágil.

La cuestión es tan grave como compleja. Si las personas “normales” nos adaptamos a “la realidad” o a lo que un mayor número de personas cree que es real, es porque continuamente contrastamos la información proveniente de nuestro “interior” (léase recuerdos, imágenes de la imaginación, etc.) con la estimulación proveniente del entorno. Así si una persona deja de recibir input del exterior y sólo cuenta con su propia producción interna, llegará un momento en que alucinará (confundirá las imágenes de la imaginación con percepciones) y delirará (confundirá sus ideas fantasiosas con la realidad objetiva). De ahí viene la apreciación popular de que si dejas sólo a una persona en una isla, no se volverá neurótico sino sicótico.

Por otra parte, se sabe que muchas personas con patología esquizofrénica han comenzado su enfermedad (en lo que conocemos como fase prodrómica) con conductas de aislamiento social, lo cual sin ser un dato definitivo creemos que es suficientemente elocuente. El aislamiento social es un factor predisponente grave para la producción de la Sicopatología. Yo no creo que sea algo casual, por ejemplo, que en el tristemente célebre corredor de la muerte en EE.UU., la luz eléctrica se mantiene constante día y noche. Obviamente el efecto patológico dependerá de muchas variables; en parte, de la estructura personalidad del individuo, en parte de las condiciones de aislamiento y, en parte, también, del tiempo que permanezca aislado de estimulación social.

La monotonía estimular, en sus extremos, es un factor desestructurante de la personalidad, pero también lo es lo contrario, es decir, el cambio permanente. Que un preso lleve, como se ha comentado incluso en la prensa, más de una veintena  de traslados de prisión en un año, supone un desajuste personal enorme, pues aparte de la pérdida de contacto con la familia, amigos, pierde referencias físico-situacionales o referencias personales tan importantes, desde el sentido de la protección, como es el contacto habitual con tu abogado.

Que el que puedas disponer de TV o de radio en una celda de aislamiento dependa de si eres ”indigente” o no en prisión no debería ser admisible. Estos aparatos no arreglan las condiciones de base del aislamiento, pero sí pueden disminuir los riesgos al permitir establecer, aunque sea de forma sesgada y unidireccional, una cierta conexión habitual con el exterior.

b) Estados alterados de conciencia

Esta sintomatología tiene mucho que ver con lo anterior, de hecho, cuando se intenta categorizar las causas de estos estados de conciencia, se suele aludir, entre otros, a la “repetición, monotonía y restricción de movimiento” y se suelen poner ejemplos como “permanencia en prisión, inmovilización completa después de una operación, la soledad de un marino, etc.”. Todas las personas atravesamos, de uno u otro modo, por estos estados –quién no ha negado alguna vez los defectos de la persona amada, p.e.- aunque, evidentemente, con diferentes intensidades.

Veamos algunas de las características de los estados de conciencia:

-Alteraciones del pensamiento: distintos grados de concentración, atención, memoria o capacidad de juicio. Después de meses estando metido 23 horas al día en una celda no estamos seguros de lo que es real y de lo que no lo es, confundimos la causa y el efecto, cosas que normalmente parecen absurdas, de repente se convierten en incuestionables, como en un sueño que habitualmente se convierte en la realidad de la pesadilla.

-Perdida de la noción del tiempo: puede sentir que el tiempo se detiene o bien que avanza muy rápidamente.

-Perdida de control.

-Cambio en la expresión de las emociones: es posible que muestre sus emociones, sobre todo la agresividad, mucho más abiertamente e incluso puede que “se derrote”…; también puede ocurrir que se encierre en sí mismo, no mostrando ninguna emoción…

-Cambios en la imagen corporal.

-Alteraciones perceptivas.

-Cambio en el sentido o significado: puede experimentar el obtener un conocimiento nuevo o interesante, como si le hubiera encendido la luz que le permite discernir lo oscuro (retomando el motivo de la lucha, etc.)

-Sensación de incapacidad para describir algo.

-Hipersugestionabilidad: Ludwig lo explica en función de la pérdida del contacto con la realidad, facultades críticas disminuidas y la aceptación de las contradicciones.

c) Indefensión Aprendida

Los presos en aislamiento padecen una privación sensorial importante, como ya hemos dicho; sin embargo, los pocos estímulos que se elicitan no son gratificantes, sino más bien todo lo contrario, es decir, muy aversivos, de los que se produce, además, una lacerante inundación: se viola de manera casi permanente la intimidad, el espacio y la poca estructuración temporal que puede un preso tener en su celda. Los cacheos indiscriminados, a cualquier hora del día, con la obligación de desnudarse, de hacer flexiones, esas “ceremonias de degradación” (Garfinkel)… generan enorme indefensión. Pero la indefensión viene fundamentalmente de no saber a qué atenerte, de no saber cómo responder y de sentir que, hagas lo que hagas, va a dar igual, pues no están conectadas necesariamente tus respuestas con las consecuencias que tú esperas que sean favorables y para ti.

Desde el punto de vista técnico, la Indefensión Aprendida (Seligman) se define como la falta de convicción en la eficacia de la propia conducta para cambiar el rumbo de los acontecimientos que vive el sujeto o para alcanzar los objetivos que se desean debido a la expectativa de falta de control. Esta indefensión puede llevar, como luego veremos, a la muerte, pero repasemos brevemente algunos de sus efectos más habituales:

-Déficit motivacional: incapacidad para iniciar una conducta voluntaria. En distintos experimentos se ha comprobado que la pasividad de los perros o alas personas, tras sucesos traumáticos e incontrolables, refleja la incapacidad de los mismos para iniciar nuevas conductas. (Inhibición conductual).

-Déficit cognitivo: es la capacidad para realizar nuevos aprendizajes o para beneficiarse de nuevas experiencias. Generalmente, las expectativas futuras dependen de la creencia en que podemos controlar las experiencias pasadas y presentes. Hay sueños con respecto al futuro, pero no hay expectativas…

-Déficit emocional: después de una experiencia incontrolable se originan sentimientos de indefensión, impotencia, frustración y depresión.

Seligman (con Abramson y Teasdale) en 1978 reformuló su teoría de la indefensión. Aunque existen analogías entre las reacciones de los perros y los humanos ante hechos incontrolables, señalan que la indefensión o la depresión en las personas está condicionada por los hechos aversivos incontrolables, y por la explicación que estas personas dan sobre los mismos. Introducen como elemento complementario la atribución o explicación causal que realizan los sujetos sobre los acontecimientos.

Para estos autores, cuando las interpretaciones de las situaciones aversivas –como el aislamiento- son globales (“el sistema va a por mí”), internas (“la culpa es mía por haberme rebotado…”) y estables (“esto no hay quien lo arregle”) tienden a reprimir la conducta operante y conducen a la indefensión. Otras interpretaciones no son tan nocivas para el sujeto. Por ejemplo, si atribuimos un fracaso o causas determinadas que son específicas (“tuve que contestarle de aquella manera”), externas (“los funcionarios me provocaron”) o inestables (“afortunadamente el desastre de abogado de oficio que me ha tocado no pondrá inconvenientes en pasar la venia”), nos sentiremos con mayor capacidad de control.

Otro de los elementos que genera una enorme indefensión es la indeterminación temporal del aislamiento. En ocasiones sabes, pero en otras desconoces el tiempo que estarás aislado, con el añadido de que se suele sentir que el cambio no depende realmente de ti, por mucho que te quieran afirmar que “si eres buen chico esto pasa…”. Te sientes indefenso porque aunque se pueda hacer constar en el expediente un buen comportamiento regular, cabe la posibilidad que por la presión y por la propia vulnerabilidad psicológica, en 10 minutos puedas quedarte sin cumplir tus objetivos de elevación de grado, etc.

Era irrisorio, de una doblez insultante, ¿Cómo pretendían reeducar a nadie, si no sabía tan siquiera perdonar? ¿Cómo pretendían ser justos, si al no haber perdonado el castigo se tornaba en venganza? ¿Cómo mostrarme a mí, entonces, que mis infracciones eran constitutivas de responsabilidad, merecedoras de un castigo, cuando observaba a diario cómo los ejecutores de ese castigo infringían la Ley conmigo, sin ser castigados ni reprendidos ni, tan siquiera, amonestados?

Xosé Tarrío

1 comentario en “Efectos psicológicos del aislamiento

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