¡No estáis solas!

Si la situación de las cárceles, por muchos millones que se inviertan, siguen siendo vergonzosas para much@s de l@s que las sufren, en el caso de las mujeres, muchas veces aun lo es más. Y eso solo lo saben de verdad las personas que lo han vivido en su propia piel.

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ARQUITECTURA INADECUADA. Uno de los exponentes del hacinamiento y marginación es la arquitectura penitenciaria, concebida desde los inicios del modelo carcelario de Filadelfia sin tener en cuenta a la mujer. La marginación de las mujeres en prisión es una consecuencia de la marginación que secularmente han padecido las mujeres en la sociedad. El diseño de la arquitectura penitenciaria ha venido respondiendo a una finalidad ideológica de sometimiento y disciplina del hombre delincuente, del que se conocen los estereotipos de violentos, rebeldes, salvajes, insumisos, etcétera. Sin embargo, en el caso de la mujer no existe una equivalencia de estereotipos, y por tanto, cuando entra en el recinto penitenciario, la arquitectura le viene absolutamente inadecuada y sumamente hostil.

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POSICIóN SECUNDARIA. Es evidente que las mujeres, en un ambiente penitenciario concebido esencialmente para hombres, ocupan una posición secundaria y se ven marginadas con respecto a las actividades laborales, culturales, deportivas y recreativas programadas, debido, en gran parte, a que la población general masculina es mayoritaria y los espacios para la realización de dichas actividades son limitadas.

LA DISPERSIóN. La estancia en centros penitenciarios alejados del lugar de residencia habitual produce una cadena de consecuencias negativas para las mujeres en situación de prisión preventiva y para las que cumplen condena.

A las preventivas, la dispersión las priva de la comunicación regular con su abogado defensor, y crea muchas dificultades para mantener el control del proceso penal por parte de la inculpada. Los inconvenientes son aún más graves para las mujeres penadas: mayores dificultades para acceder al tercer grado de tratamiento penitenciario o al disfrute de régimen abierto que suponga la salida al exterior para trabajar, y dificultades para comunicar con sus amigos y familiares, entre otras.

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MÁS DISCIPLINADAS. En cuanto al comportamiento de las mujeres en prisión, se observa que, por lo general, es más disciplinado que el de los hombres en la misma situación. La diferencia de vivir dentro de los muros de la cárcel o dentro de los muros del hogar, no es tan grande para muchas mujeres. Muchas de ellas han sufrido violencia y malos tratos en el seno de la familia. No extraña, por tanto, que en las investigaciones penológicas y sociológicas al respecto, se repita que la mujer se adapta mejor a la cárcel y acata con menos dificultad las condiciones del encierro.

GRAVE SITUACIóN ECONóMICA. La procedencia social de las mujeres (baja o media-baja), su nivel cultural (bajo, en su mayoría), la naturaleza y clase de los delitos por los que resultan condenadas (delitos contra la salud pública en su mayoría), las carencias que, en muchos casos, presenta su salud física y psíquica, las necesidades personales y familiares de las que debe ocuparse (hijos y otros familiares que dependen de ella), su falta de percepción de ser sujetos de derechos, a pesar de estar en prisión, son temas, entre otros muchos que expresan la naturaleza y complejidad de la problemática de la mujer en prisión.

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En los últimos años con el aumento de la criminalidad femenina, se ha ido modificando el estereotipo de reclusa. Ha pasado de ser considerada al margen de la normalidad (perversa, brutal, etcétera) a tener una imagen más acorde con la realidad. También en el ámbito penitenciario está en desventaja respecto al hombre, ya que la legislación y prácticas penitenciarias no sólo no son ajenas a la discriminación que vive extra muros sino que, por el contrario, contribuyen a incrementarla, al reiterar machaconamente una idea de la normalidad y corrección basadas en la pasividad, sumisión y dependencia.

¡NO ESTAIS SOLAS!

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