Menores de edad y salud mental

Extraído de: “MENORES DE EDAD Y SALUD MENTAL» Josep Alfons Arnau- Educador social. (Texto base de la ponencia presentada en las Jornadas sobre Salud Mental en el Local Anarquista Magdalena. Madrid, 26/11/2005) (1) (…)

También podríamos charlar de por qué alrededor de un 20% de los menores de 12 años en nuestro país toman en algún momento psicofármacos– el dato lo extraigo de informaciones de maestros de escuela en Cataluña que encuentran tal proporción de consumo en alguna ocasión de medicación psicofarmacológica entre sus alumnos en las ciudades. Entre otros psicofármacos consumidos por dicho porcentaje de menores y cuando hay diagnósticos de hiperactividad, cabe señalar sustancias como el metilfenidato- similar a la anfetamina- y otros medicamentos estimulantes de tal tipo, con graves efectos secundarios como es el caso de casi todos los psicofármacos pero aquí muy claros ( dependencia, insomnio, perdida de peso, miedos paranoides, depresión, retraso en el crecimiento, problemas hepáticos y en el síndrome de supresión brusco: posibles episodios psicóticos.)

Sobre la hiperactividad- y más en concreto sobre el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH)- quiero permitirme una digresión sintética y por ello muy concentrada:

A pesar de que estudios serios, elaborados hace mucho tiempo, sobre la utilización del metilfenidato (Ritalina) con menores diagnosticados de tal pretendida enfermedad y tras años de consumirlo, mostraron que no produce ningún tipo de beneficio terapéutico – Weiss, G. y Hechtman, L. (1974). Rapaport, J.L; Bucchsbaum, M.S.; Zahn, T.P.; Weingartner, M.; Ludlow, C. y Mikkelsen, E.J. (1978) (2) – sigue, sin embargo, prescribiéndose en la actualidad cuando se diagnostica hiperactividad junto a medicamentos similares por su composición química (Rubifén, Metadate, Concert o Adderal-una combinación de anfetaminas este último) además de, en menos ocasiones, pemolina (Cylert) o de tipo dextroamfetamínico (Dexedrine), existiendo una tendencia a sumarle a tal prescripción, no sustentada en resultados, la de otros psicofármacos, también muy peligrosos, no estimulantes como la atomexetine (Strattera) o estimulantes de “nueva generación” como la fluoxetina (Prozac). Y es que, entre otras cuestiones, el negocio de las multinacionales farmacéuticas no se aviene a las razones científicas sino a las económicas.

Se pretende que la hiperactividad es una disfunción cerebral orgánica en los niños y adultos que la padecerían, pero en la práctica no se mide nunca vía una técnica electroencefalográfica (EEG), o una Tomografía Axial Computerizada (TAC), o una Tomografía de Emisión de Positrones (TEP), o una Resonancia Magnética Nuclear (RMN), etc., pues sería inútil ya que no se encuentra ningún tipo de huella somática diferenciada, significativa, permanente y regularizada. Sino que se valora a través de criterios completamente subjetivos: por ejemplo, en el caso de menores con informes de los padres y madres, o/y de los maestros/as o/y cuidadores/as, sobre que el niño es muy nervioso (en jerga: que tiene conductas disruptivas y socialmente inapropiadas (3).) Con el claro peligro de estar complaciendo con tal diagnóstico y la peligrosa medicación subsiguiente la baja tolerancia de los adultos a las conductas de un menor, que ciertamente pueden ser a veces muy molestas, y confundiendo un posible estado reactivo del niño de que se trate a alguna situación determinada o una defensa más o menos cristalizada ante un agravio recibido en su historia biográfica reciente, confundiéndolo, decía, no ya sólo con un rasgo de carácter sino con una enfermedad orgánica.

En relación a que en realidad lo que se llama hiperactividad en los niños es una reacción de defensa del menor a una situación difícil en presencia o vivida en un pasado reciente, es clarificador el hecho de que en los estudios con respecto a la hiperactividad de los considerablemente variados factores de influencia de la cultura y el ambiente social (Gordon- 1991. Weimberg y Brumack- 1992.) o de los de la etiología de retraso de maduración por falta de estimulación ambiental (Stoney y Church- 1980.), realizados incluso por autores que comparten la tesis de la base orgánica o que no la descartan, es clarificador, señalaba, que se encuentren, siempre, entre esos factores algunos o todos de los siguientes: Pertenecer a una clase social baja; discordia severa entre los padres; familia de más de cuatro hijos- numerosa; padre o/y madre con conductas de vida marginales; recibir o haber recibido malos tratos físicos; vivir en internados o casas hogares.

A todos aquellos que siguen haciendo hipótesis sobre causas biológicas, a pesar de conocer la correlación de los factores ambientales antes explicitados con la pretendida hiperactividad, cabe preguntarles en relación a lo etiológico: ¿de qué color es el caballo blanco de Santiago? Creo que hay una alta posibilidad de que no sepan responder al acertijo, pero sí, seguramente os contestarán correctamente a la pregunta de qué medicamentos la “moda” psiquiátrica dice actualmente que hay que prescribir a un niño que está nervioso y conocerán la lista de los laboratorios farmacéuticos que los fabrican, así como la última hipótesis bioligicista al uso(4).

El asunto es grave, por ejemplo, en el año 2005 la oficial y nada sospechosa de radicalismo: Agencia de Fármacos y Alimentos de Estados Unidos (FDA), emitió un comunicado informando de la asociación de conductas suicidas, de algunos niños y adolescentes, a la toma de medicamentos contra la hiperactividad, concretamente en este caso se trato del consumo del no estimulante: Strattera. Y esa misma FDA entre 1990 y el año 2000 cotejó en USA 186 muertes y 569 hospitalizaciones en relación con la toma de medicamentos contra la hiperactividad, en este caso estimulantes, por sucesos en el sistema nervioso central y el periférico.” (…)

NOTAS

1.- Di esta charla en la fecha indicada utilizando un pequeño esquema como guía, al finalizarla los/as organizadores/as de las jornadas me plantearon que deseaban publicar las ponencias y la posibilidad de facilitarles un texto y lo he elaborado, pues, a posteriori, ampliando lo que en su momento allí dije. (Enero de 2006).

2.- Lewontin, R.C.; Rose, S. y Kamin, L.J. (2005). Del control de la mente al control de la sociedad. Ediciones Luna Negra. Murcia.

3.- La prevalencia de la hiperactividad se suele situar en un 3-7% entre la población infantil y un 2-5% entre la población adulta y la proporción por genero en 3:1 en el primer caso y 2:1 en el segundo, siendo, pues, mayor en los varones. El DSM IV la incluye en su apartado de: “Trastornos por déficit de atención y comportamiento perturbador” y distingue varios tipos: hiperactividad de déficit de atención, hiperactividad con predominio de impulsividad y la que llama combinada. Dicho manual de diagnóstico recoge diferentes síntomas a tener en cuenta –seis o más de ellos deben ser detectados para el diagnóstico firme y con duración de más de seis meses – entre ellos el siguiente: “A menudo no sigue instrucciones y no finaliza tareas escolares, encargos u obligaciones en el centro de trabajo (no debiéndose a comportamiento negativista o incapacidad para comprender las instrucciones.)” Se trata, tanto en el contenido como en la redacción, de una perla, y el “a menudo” es para ser analizado a fondo: Cualquier activista social, o sindicalista, que siga el ideario de desobediencia civil de Gandi, muestra tal “síntoma” y, deseablemente, “a menudo” y cualquier niño/a que esté un poco sano si se encuentra, por ejemplo, inmerso en un ambiente, escolar, familiar, o de residencia, rígido y autoritario, o simplemente si sufrió alguna experiencia de agravio en su biografía reciente. El resto de síntomas que recoge el DSM para diagnosticar el TDHA no son, tampoco, mucho más racionales.

4.- A pesar de que la llamada comunidad científica reconoce que no existen más que hipótesis no demostradas sobre que la hiperactividad sea un trastorno de carácter orgánico cerebral, tales hipótesis se presentan en facultades, cursos, masters… y a los padres y cuidadores de los menores por parte de los profesionales, como verdades irrefutables. A los estudiantes y neófitos no se les suele contar que las teorías sobre la base orgánica van cambiando al pairo de los tiempos con mucha velocidad, es decir son muy inconsistentes. Por ejemplo, en los años 70 del recientemente finalizado siglo XX se defendía la existencia de un daño mínimo cerebral- hoy ya no se define así- como eufemismo para no decir abiertamente que tal supuesto daño no se puede localizar, se relacionaba con madres fumadoras o que tomaban tóxicos durante el embarazo- a pesar de que los estudios serios no avalaban tal cosa- y se llegó a defender que tenía que ver con la ingesta por parte de los niños de ciertos alimentos azucarados, más comúnmente se pretendía que existe una relación con la producción dopaminérgica – por exceso – cosa que sigue planteándose hoy de forma mayoritaria. Más ahora aparecen también teorías que hablan de déficits en la serotonina- relacionadas con el intento de recetar fluoxetina -, incluso se hacen pruebas con la técnica del TEP que pretenden detectar falta de glucosa en las zonas cerebrales relacionadas con los procesos atencionales cuando se hacen ejercicios diseñados para tal medición en un laboratorio – pruebas que, por ejemplo, no tienen en cuenta que cualquier persona situada en un estado de nerviosidad ambiental dará resultados sesgados, y pruebas que se reconoce no cumplen los criterios de posible generalización puesto que no miden una falta de glucosa en general, ni incapacidad para producirla o/y recaptarla en una zona cerebral concreta, sino sólo en el momento de realizar determinados ejercicios, y sólo esos determinados ejercicios, en laboratorio, es decir pruebas sin validez ecológica. No hay, pues, ni siquiera concordancia entre las hipótesis que defienden que la hiperactividad sea de base orgánica, y cabe prever que mañana aparecerá cualquier otra teoría en forma de nuevo de mera hipótesis que, sin embargo, volverá a ser presentada como verdad absoluta. En cualquier caso se trataría de no confundir efectos con causas, cualquier persona en determinado estado emocional y/ o ambiental presentará una correlación de estado orgánico, pero eso no implica causalidad y no es lo mismo que tener rasgos- como deficiencias- somáticos permanentes y regularizados en cuanto a pertenecer a un grupo y asimilable de ser categorizado como tal, es decir, como elemento perteneciente al conjunto que se define como equis enfermos orgánicos, por presentar ciertas características somáticas patológicas comunes y persistentes a las que se les pone, entonces, un nombre. Las conductas comunes sin huella orgánica no pueden ser definidas como enfermedad orgánica, son, en caso de producir sufrimiento, problemas. La realidad es que la hiperactividad no se diagnóstica nunca vía pruebas somáticas contradictoriamente a considerarla de base orgánica, simplemente por que no se puede detectar.

Deja un comentario