La lógica del poder, es la estupidez de las masas

La estupidez interesada de los sindicatos mayoritarios y la estupidez inducida de esa autodenominada clase trabajadoras de las instituciones penitenciarias, es más que inquietante y vergonzosa, pero sólo un ejemplo más de la estupidez generalizada.

Por una parte, los sindicatos mayoritarios, en larga huída de cualquier sentimiento revolucionario, y en su desmesurado interés de hacer negocio y dinero a toda costa, es capaz de pactar, al peor estilo mafioso, con toda la patronal para asegurarle la paz social y el control de los trabajadores y trabajadoras disidentes a los «pactos sociales». Aquí habría que aclarar que dichos «pactos sociales», no son tales, puesto que sólo son refrendados por quienes sustentan una supuesta mayoría, que en ocasiones, ni tan siquiera es tal, sino una minoría obediente, muy jerarquizada y organizada bajo la voz del mando sindical que, con ayuda y proyección en los mass media, hace su aparición como «fuerza» mayoritaria en su falsa confrontación con el sector de la patronal empresarial.

En tiempos de una mayor ocupación laboral, el porcentaje de trabajadores y trabajadoras afiliadxs era, y es, irrisorio y los índices de participación en las elecciones sindicales, significativamente bajo. Sólo en los llamamientos de lucha y de huelga general, por ser problemas que afectaban a toda la masa de trabajadores y trabajadoras, se producían grandes convocatorias que se traducían erróneamente como capacidad movilizadora de los sindicatos mayoritarios, lo que de cara a la opinión pública, les valía aparecer como mediadores y negociadores de lo que ya estaba pactado de antemano.

Esta fantasía de la actual lucha de clases, se la debemos a los grandes sindicatos y a los pequeños que han seguido el juego para obtener las migajas del premeditado reparto del botín que el estado y el capital, tenían previsto para esos menesteres; de la misma manera que también estaba previsto dedicar el dinero público para el rescate de los bancos tal y como se había hecho anteriormente, desde esa sede de «la dirección del mundo» que se encuentra en los Estados Unidos de América.

La estupidez inducida de la autodenominada clase trabajadora de la institución penitenciaria, ha sido provocada por la misma complicidad entre estado y organizaciones sindicales, que han creado la ficción de que son funcionarios del estado, y el estado los va a defender. Para conseguir esa percepción, ha necesitado que la impunidad esté presente en cada uno de sus actos y acciones, sólo así se puede conseguir esa sensación de invulnerabilidad y onmipotencia tan exagerada en quienes llevan años dentro de la institución carcelaria. Algo muy parecido a la inmunidad política, y como políticos y funcionarios «trabajan» codo con codo y mano con mano, la corrupción y el abuso se da tanto en unos como en otros. Cambia su magnitud, la administración política se lleva la mayor parte y sella el pacto de silencio con el reparto de las migajas entre la cadena de mando del sector funcionarial.

Para conseguir que una persona se convierta en estúpida, lo primero que se precisa es de una nueva personalidad, tan estúpida, que se acabe creyendo que la impunidad y la onmipotencia, forman parte de sus más preciadas características personales, en vez de unos privilegios que de la misma manera que el poder se los concede, también se los puede quitar. Si algo sabe hacer la institución penitenciaria, es precisamente eso: despersonalizar y «reinsertar». Porque esa reinserción que se le otorga a la prisión como finalidad primera, no es tanto con las personas presas, sino con sus funcionarios y funcionarias. Ahí, en esa formación y deformación, es donde los sindicatos han jugado y siguen teniendo un papel fundamental. El principal elemento opresor de la administración estatal, son las corporativas sindicales que obedecen todas y cada una de las órdenes del estado, incluidas las de pérdidas de derechos de las clases trabajadoras. Así, en la institución penitenciaria, se le hace creer al carcelero o a los funcionarios y funcionarias de «bata blanca», que las personas presas son sus enemigas y las que les colocan en situaciones de peligro y riesgo, y frente a esa amenaza son incapaces de identificar que su verdadero enemigo no es otro que la organización sindical y la institución del estado a la que obedecen. Es por eso que hasta los últimos estertores de la sociedad del bienestar, toda denuncia contra funcionarios por abusos, vejaciones y torturas eran archivadas, o en su defecto, los funcionarios indultados.

En la situación actual que el capital necesita abrirse camino hacia formas de control social que le permitan proteger las nuevas estrategias de acumulación de riquezas a través del expolio continuado y la máxima precarización de la población. las cárceles se apuntan como un importante sector lucrativo y como negocio en expansión, pues las empresas no tendrán que «deslocalizarse» hacia otros lejanos países, sino que podrán obtener mayores beneficios con el trabajo de explotación en las prisiones y a los presos y presas. Para ello se ha demostrado con años de experiencia en los EE.UU., que se necesita una importante población encarcelada o bajo jurisdicción penal.

Lo que ignoran los carceleros, carceleras y funcionariado de «bata blanca» de las prisiones, es que la misma institución que amenaza a las personas presas, también les amenaza a ellas. Para empezar, los abusos, malos tratos y torturas, en parte dejarán de ser encubiertas y perderán gradualmente su impunidad. Evidenciar que el sistema público de vigilancia y custodia de las personas presas tiene graves «deficiencias», es una puerta abierta a la seguridad privada y a la apertura de expedientes y expulsiones de los carceleros y carceleras acusadas. En este proceso, lo más importante es crear otro espejismo aún mucho mayor, el que las instituciones democráticas del estado «funcionan» y se dotan de transparencia, una alucinación colectiva que desaparecerá inmediatamente con la inminente y reclamada privatización, que devolverá a un horror mucho mayor toda privación de libertad, encubriéndolo con la visión de sus «hoteles» de retiro para la «business class» que ha sobrepasado con creces el nivel de codicia.

Las investigaciones sobre los maltratos en comisarías, las lesiones ocasionadas por la policía con balas de goma, el juicio contra los torturadores de Quatre Camins, son los primeros indicios. Parece que de momento la policía se libra porque el momento la requiere bien y muy estimulada, de ahí la llamada de atención de las denuncias que han prosperado, pero también el «premio» de los indultos como refuerzo para su tranquilidad y confianza.

La única premisa de este sistema ha quedado escrita en el lema con el que se «rescataron» las grandes entidades bancarias: «Too big to fail» («demasiado grande para fracasar»). No se puede reconocer el fracaso de las grandes entidades y es por ello que «las grandes instituciones no pueden caer», son el negocio que hay que rescatar y que renace como «ave fénix», como hígado de Prometeo que las rapaces y alimañas devorarán eternamente.

Al final, el mérito es siempre de los gestores de nuestras vidas. Del gran capital, sus estados y financieron. Sus fracasos son sus mayores éxitos, a costa de nuestro padecimiento, y es por ello que incluso en los espacios alternativos, rupturistas, antisistemas y anticapitalistas, muchas personas tienen la misma percepción de que «todas las crisis pueden ser un buen momento para el cambio». Quizás sea por esto que, en los tiempos en que nos hicieron creer que había bienestar, a casi nadie le importaba cambiar; sin descubrir que ese llamado «estado del bienestar», no era más que parte del proceso de una estrategia para llegar hasta esa otra parte del proceso que han llamado «crisis».

Frente a ese «no future» que edificó el punk, la respuesta debería ser clara, contundente y sin dudas: la creación de nuestros propios medios y recursos que cubran nuestras necesidades básicas vitales y la transformación y el cambio radical en nuestras relaciones y formas de afrontar nuestra vida y nuestros conflictos, teniendo muy presentes que, aunque no sepamos todavía cómo deberían de ser, sí que tenemos muy claro lo que no son: capitalistas y patriarcales, las que comportan opresiones, jerarquías y cualquier tipo de explotación. Las que hacen de la individualidad un todo y no una necesidad desde lo colectivo. Las que destruyen la comunidad de iguales y criminalizan toda solidaridad y apoyo mutuo. Las que nos explican su propia historia de dominación y la hacen nuestra. Las que mortifican, atormentan y aumentan nuestro dolor psíquico y existencial. Las que reclaman más, sólo por placer de acaparar. Las que desean poseerlo todo, nuestras vidas, nuestros cuerpos, nuestra fuerza, nuestros afectos. Las que nos desposeen. Las que no comparten y sólo reclaman… Que lo positivo no está confrontado con lo negativo, sino que ambas son creaciones del mismo sistema de dualidades al que nos oponemos y que hace que nos enfrentemos las iguales.

No tenemos nada para empezar, pero tenemos muchas cosas que nos orientan por dónde empezar, sólo hace falta querer andar por ese camino sin miedo a los rodeos, pero buscando las distancias más cortas y más cómodas. Porque no salimos de un dolor para ingresar en otro, sino para aprender, en la medida de lo posible, desde el disfrute colectivo y el ir descubriéndonos y al mismo tiempo descubriendo el camino, lo que significa que no hay una «revolución» o crecimiento personal que anticipe la colectiva, sino que ambas se realizan al mismo tiempo.

Apenas tenemos algo que perder más allá de nuestros miedos e inseguridades…, y mucho que ganar. ¿Cuándo y por dónde empezamos…?

the revolution, not flag: is anarchist

PD
Aunque se habla de institución penitenciaria y funcionariado, esa misma lógica es extensible a cualquier otra institución y sus trabajadores y trabajadoras, y a cualquier otro sector productivo o corporativo, sin olvidar que familia, escuela, asociación, etc… son instituciones fundamentales y pilares que consolidan el estado y sus instituciones.

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